sábado, 12 de marzo de 2016

Escritores de Posguerra: Camilo José Cela


Camilo José Cela ha encarnado, como nadie, la literatura española de posguerra. No se piense que lo enuncio como demérito y que a renglón seguido ha de venir el recuerdo, ciertamente poco glorioso, de la redacción de un capítulo del libro Laureados de España, de los pasos como censor o del ofrecimiento de servicios de delación político-literaria. Se trata de otra cosa. Lo que importa es que Cela construya la primera carrera de escritor profesional entre 1939 y 1975: la empieza saliendo en cada número de La Estafeta Literaria, publicando hasta dos libros a la vez, escribiendo donde se tercie y más luzca, administrando los escándalos (que siempre tienen algo de oculta pedagogía) y, en un momento dado (el de la Academia, el de la fundación de Papeles de Son Armadans), sabiendo ir más allá del mundillo corraluno del momento.
Pasaron los años. En 1969, ante un país distinto, San Camilo 1936 rondó la parte más dolorosa de una autobiografía colectiva y halló en la exploración una inequívoca sensación de culpa. Como sucede en un libro muy poco leído, Oficio de tinieblas 5, y en otros dos más recientes, Mazurca para dos muertos y Cristo versus Arizona (que emparenta a lo lejos con Mrs. Cadwell habla con su hijo). ¿Culpa, he dicho? La obsesiva presencia de la muerte, las liturgias de la crueldad, la proclamación de una sexualidad tan ominosamente ligada al incesto, al estupro y al desprecio, ¿no serán ceremonias para aplazar la responsabilidad y el descubrimiento del vacío? Todavía carecemos de una exploración del mundo moral de Cela que vaya más allá de lo anecdótico y del aspaviento melindroso... Valdría la pena ponerse a ello. Suele asociarse a Cela con Quevedo por mor de la fuerte preponderancia del estilo sobre cualquier otra cosa (todo estilo es la representación de un infierno). Pero también se parecen en otros órdenes: en la falta de miedo a los límites del sarcasmo y del odio, en la (a menudo) pésima elección de valedores, en el orgullo casi satánico, en haber vivido muy dentro de épocas turbias, en haber sabido disimular un profundo nihilismo con una superficie de comicidad y una dramática vulnerabilidad con una máscara de violencia.
Juan Goytisolo ha contado -con muy mala intención- cómo Cela quiso obtener fotografías de su entrevista con Jean Paul Sartre... y una botella de coñá firmada por el autor de La nausée (En los reinos de taifas); Italo Calvino ha dejado un retrato cruel de sus pretensiones como 'escritor internacional' en las reuniones de Formentor a comienzos de los sesenta (Los libros de los otros. Correspondencia (1947-1981). No ha creado escuela, con alguna excepción. Como Quevedo, ha tenido imitadores y también, como Quevedo, ha sido a veces uno de ellos. Pero ahora nada debe impedir que Cela crezca todavía más: no hay muchos escritores que construyan, por sí mismos, toda una literatura; tampoco hay demasiados que representen la totalidad de una época. Y, a la postre, nadie tiene la culpa de cuál fue la suya.